domingo, 18 de noviembre de 2012

IFAP TEMA 6: IMPORTANCIA DE LA LECTIO DIVINA

TEMA 6: IMPORTANCIA DE LA LECTIO DIVINA.

6.1. Presupuestos de la Lectio Divina.

6.1.1. Es Palabra de Dios.

La Iglesia durante siglos ha recomendado la Lectio Divina precisamente porque esta Palabra que oramos no es cualquier palabra, sino que es la Palabra de Dios. Nos falta caer más en la cuenta de esta realidad. Dios en su infinita bondad ha querido salir a nuestro encuentro y hablarnos. Y lo ha hecho a lo largo de la historia de salvación, a través de personas, acontecimientos, signos. Pero llega el momento en que nos habla claramente, definitivamente y esto lo hace por medio de su Hijo Jesucristo. En Él, Dios ya nos lo ha dicho todo: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por medio de los profetas, ahora en este momento final nos ha hablado por medio del Hijo a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo”[1]. Es por eso que debemos preferir la lectura de la Palabra de Dios sobre cualquier otra lectura espiritual. Algunos santos han dicho que la Palabra de Dios es como una carta que Dios ha escrito para mí, dirigida especialmente a mí, a mi vida, a mi historia.

La Palabra de Dios está penetrada del Espíritu Santo, por eso no es letra muerta sino viva, y sigue actuando en nuestro corazón aún mientras dormimos: “Hasta de noche me instruye internamente...”[2]. La Palabra de Dios es “viva y eficaz”[3], como la semilla que se siembra: una vez acogida en nuestra tierra sigue germinando en el interior, sigue actuando en mí, tiene una fuerza interior y se hace fecunda en un corazón disponible[4]. La Biblia es por eso el Libro de los libros, “el libro del misterio, el libro del diálogo con Dios, el libro del consuelo espiritual y del aprendizaje cristiano”[5]. Además, en la Palabra de Dios escuchamos al mismo Jesús.

6.1.2. Unidad de la Escritura.

La Biblia, aunque es un “conjunto de libros” como su nombre lo dice, tiene una unidad de fondo, un hilo conductor que le da sentido. Hay que leerla tomando en cuenta esta unidad para no parcializar su mensaje.

El hilo conductor de esta Palabra es el Amor de Dios que se hace presente en nuestra historia humana, transformándola así en Historia de Salvación. Esta revelación del infinito amor de Dios llega a su plenitud en el misterio de la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo Jesucristo. Por lo tanto, el Nuevo Testamento es como un faro que ilumina y esclarece al Antiguo. Y el Antiguo Testamento es como una preparación al Nuevo. Algunos han dicho sabiamente que la Sagrada Escritura se lee e interpreta con la Sagrada Escritura.

6.1.3. Actualidad de la Palabra.

Es cierto que la Biblia fue consignada por escrito hace muchos años y que tuvo interlocutores muy concretos. Pero es igualmente cierto que es una palabra “viva y eficaz”[6], a través de la cual Dios ha querido salir al encuentro no sólo de los hombres de aquél tiempo, sino también de los hombres y mujeres de todos los tiempos. Esta Palabra es fuerza y poder de Dios y cada vez que la escuchamos con fe y amor se vuelve un “hoy” para cada uno de nosotros: “Si hoy escuchas su voz, no endurezcas tu corazón”[7]. Es una Palabra que está dirigida a mí, que Dios la entrega para que sea mía, para que me la apropie hoy, para que se vuelva “mi palabra”.  Cuando leo la Palabra de Dios me doy cuenta que Dios sigue actuando en la historia, en mi historia, en todo aquel que abre su corazón y escucha con atención la voz de Dios que nos va instruyendo y guiando a la salvación.

6.1.4. Lectura creyente.

La Lectio Divina supone una actitud de fe. Me acerco a orar con la Biblia, busco en ella a Dios, porque creo realmente que es Él quien me habla. Cada vez que oro la Palabra mi fe se robustece, se alimenta, crece, se fortalece. El lugar privilegiado para orar esta Palabra es la comunidad, la Liturgia. Dios nos habla como a hijos, como a miembros de su Pueblo Santo y le gusta vernos reunidos como discípulos que escuchan al Maestro. Sin embargo, esto no disminuye la importancia de darnos un tiempo personal para la lectura silenciosa, en el interior de nuestro corazón, pues a partir de este encuentro “en lo secreto”[8] se enriquece nuestro compartir comunitario, ya que la palabra de Dios que escucho y comparto en comunidad ha pasado antes por mi corazón.

Lo que cuenta, ante todo, en la Lectio Divina “es la fe que debe iluminar la inteligencia, la fe que es punto de partida y llegada de la reflexión, única condición indispensable para descubrir a Cristo en el texto”[9]. El Espíritu Santo es quien “nos ayuda a descubrir, por nosotros mismos, aquello que los Padres siempre afirmaron: que toda la Biblia nos habla de Cristo, que el Verbo de Dios aparece en todas las páginas de la Escritura. Nos enseña la lectura espiritual de la Escritura…”.[10] Lo vemos y tocamos con los ojos y con las manos del corazón y de la fe. Él es quien le da sentido, cumplimiento: Por eso, leer la Biblia supondría ponernos algo así como unos anteojos que tuvieran escrito “Jesús”, “Jesús”, de manera que ya sea que leyendo tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento descubriéramos su presencia viva.


Actividad: Ejercicio No. 2 (30 minutos) Puede ser en grupo


Hay una parábola de Jesús que viene como anillo al dedo en este momento que nos iniciamos en la Lectio Divina:La Parábola del Sembrador.

+ Pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine con esta pequeña oración:

“¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles,
y enciende en ellos el Fuego de tu Amor!
¡Envía Señor tu Espíritu y todas las cosas serán creadas.
Y renovarás la faz de la tierra!”

+ Leemos el texto en voz alta: Mc 4,3-8.

+ Momento de silencio (retomar la lectura de forma individual).

+ Expresar alguna de las frases que más nos llamen la atención de la lectura, sin explicar el por qué, sólo la frase o palabra. (Moderar con delicadeza en el caso de que alguien comience a dar explicaciones o a hacer comentarios del texto, pues este momento se trata de aprender a saborear la Palabra de Dios tal cual es).

+  Acoger: En este momento escuchamos una interpretación de esta parábola que nos puede ayudar a penetrar más en su mensaje. (Se lee pausadamente).

“El terreno, en esta Parábola, es el hombre, es la humanidad, es cada hombre tomado individualmente, es cada uno de nosotros. Nosotros somos la tierra que espera la semilla, tierra rica de potencialidad y de jugos vitales, tierra regada por lluvias y por ríos, tierra enriquecida en su historia por múltiples dones del Señor.

La tierra entonces significa el hombre, nuestra disposición a recibir la semilla de la Palabra de Dios, capaz de acogerla y hacerle producir fruto. La tierra sin semilla está desolada e infructuosa, mientras la tierra sembrada puede convertirse en un jardín lozano y hermoso. Acoger la Palabra significa creer. El hombre se realiza cuando cree, así como el terreno se realiza al recibir la semilla. El hombre está hecho para acoger la Palabra, el hombre es capaz de acoger la Palabra, el hombre fructifica en la medida de su acogida a la Palabra, en la medida de su fe.

La semilla es la Palabra de Dios. El verdadero protagonista de toda la historia del campo es la Palabra. La Palabra sembrada, la Palabra pisoteada, la Palabra sofocada, la Palabra perdida, la Palabra acogida y que arraiga en el terreno hasta germinar luego y producir el ciento por uno. Terreno y semilla han sido creados el uno para la otra y viceversa. No tiene sentido pensar en la semilla sin su relación con el terreno. Y éste último sin la semilla es un desierto inhabitable.

Fuera de la metáfora: el hombre, así como nosotros lo conocemos, si destruye toda relación con la Palabra, se convierte en estepa árida.

¿Quién es esta Palabra? Es la Palabra que se hizo hombre y ha puesto su morada entre nosotros. Esta Palabra ha sido preparada por los Profetas, ha resonado en las palabras de los Evangelistas y de los Apóstoles, se hace presente en la palabra de la Iglesia. Esta Palabra es Jesús, a quien nosotros no podemos conocer de otro modo sino mediante la predicación y la palabra de la Iglesia. ¿Qué conoces tú de Jesucristo, tú que tal vez te defines como “cristiano comprometido” y nunca has leído a fondo los evangelios? Escucha lo que te dice el Concilio: ¡Aprendan todos los cristianos la ciencia sublime de Jesucristo, con la frecuente lectura de las divinas Escrituras. La ignorancia de las Escrituras es en efecto ignorar a Cristo (Cfr. DV n.25).

Por consiguiente, no es posible recibir a Jesucristo y permitir que se haga hombre sobre la tierra de nuestro corazón sin hacer continuamente referencia a su Palabra y a las palabras inspiradas que hablan de Él. No se debe separar a Jesús de su Palabra, ni de su Cuerpo y de su Sangre, así como no se debe separar a Cristo del Padre y del Espíritu Santo. Quienquiera intente tales separaciones no tiene el Espíritu de Jesús”[11]. (Tomado del Cardenal Martini, “El Pan para un Pueblo”).

+ Invitar a compartir libremente alguna de estas preguntas:

a)         ¿Qué lugar le das a la Palabra de Dios en tu vida? El lugar que tiene la Palabra en tu vida  lo tiene también Dios.

b)        ¿Qué tipo de terreno es tu corazón? ¿Cómo acoges normalmente la Palabra de Dios? ¿Podrías mejorar en tu actitud de acogida y escucha?

+ Terminar pidiéndole a Dios que nuestro corazón siempre esté dispuesto a acoger la semilla de su Palabra y que aumente en nosotros el hambre y la sed de su Palabra.
     
     

6.2. Dinámica de la Lectio Divina[12]

Los cuatro peldaños de la Lectio Divina no significan cuatro pasos o etapas rígidas en este camino de oración, sino que son algo dinámico: un paso lleva al otro muchas veces casi sin notarlo. Es por eso que la dinámica de la Lectio se compara al cambio de las estaciones del año: primavera, verano, otoño, invierno. No sabemos cuándo exactamente se produce el cambio de estación, sino que se da con la suavidad propia de un proceso, del crecimiento. La visión que tuvo el monje Guigo de la escalera es muy elocuente, ya que lo propio de una escalera es favorecer paso a paso el que nos traslademos de un lugar a otro. Por una escalera podemos subir pero también bajar; adelantar o retroceder.

Otra imagen que nos ayuda a comprender la dinámica de la Lectio es la de la naranja. Cuando voy a comerla quito primero la cáscara, después separo los gajos y comienzo a masticarla, y al final me siento reconfortado y reanimado por su dulzura, y puedo seguir adelante mi camino con fuerzas nuevas: “La letra está en la cáscara, la meditación en la sustancia, la oración en la expresión del deseo y la contemplación en la posesión de la dulzura obtenida”[13].

Para los israelitas no era extraña la invitación a comer la Palabra, a devorarla: “Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y su sabor era dulce como la miel”[14]. “Vete y toma el libro que tiene abierto en su mano el ángel que está de pie sobre el mar y sobre la tierra. Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el libro. Y me respondió: Toma, cómetelo; te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce como la miel. Tomé el libro de la mano del ángel y lo comí. Y resultó dulce como la miel en mi boca, pero cuando lo tragué, se llenaron mis entrañas de amargor”[15]. Deberíamos pedirle a Dios el tener hambre  de su Palabra, que nos regalara una especie de “jugos gástricos” espirituales que nos advirtieran la necesidad que tenemos de ella.  Guigo nos dice: “La Lectura lleva el alimento sólido a la boca, la meditación lo parte y lo mastica y la oración lo saborea, la contemplación lo hace vida de la propia vida”[16].

La Lectio es comparada también a las hormiguitas, que en verano trabajan incansablemente almacenando su alimento para disfrutarlo durante el invierno. Al primer momento del almacenamiento corresponden la lectura y la meditación, mediante las cuales la persona pone todo lo que está de su parte por sacar el jugo, el alimento, el significado de la Palabra. Sobresale ante todo la tarea humana. El segundo momento corresponde a la oración y la contemplación durante las cuales lo principal es la acción de Dios. Se descubre, entonces, una parte activa y otra pasiva en la Lectio. Sin embargo, ya desde el momento de la lectura está actuando el Espíritu Santo en nosotros para ayudarnos a descubrir el tesoro encerrado en la Palabra, y en los dos últimos peldaños aunque la acción de Dios predomina, no deja de ser necesaria la disposición del corazón humano que es el lugar donde la Palabra está actuando y transformando.

Estas y otras comparaciones nos ayudan a comprender mejor el sentido de la Lectio Divina, a descubrir su dinamismo.


Actividad: Ejercicio No. 3 (20 minutos)

+ Lectura: Lc 11,9-13 (Podría titularse: “La Parábola del Mendigo”)
+ Silencio breve
+ Leer de nuevo el texto en voz alta
+ Silencio breve
+ Escuchar la siguiente reflexión del texto[17]:

El texto que acabamos de escuchar con fe y amor podría titularse “La Parábola del Mendigo”. Jesús nos dice: “pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”.
“Parece que Jesús estuviera describiendo la actividad de un mendigo que llega a la puerta de nuestra casa, toca, insiste... y si ve que nadie sale, va y llama por la ventana e insiste nuevamente. Y si nos negamos a abrir, entonces va a la casa del vecino y sigue así su peregrinación, de puerta en puerta, hasta que alguno le abre y le da un pedazo de pan. Esta es su actividad cotidiana.
Así también es el orante en la Lectio Divina. Es un buscador que se identifica con el pobre mendigo que busca el pan de cada día. Ese tal tiene que esforzarse y luchar para conseguirlo, vive por la insistencia y no claudica fácilmente.
A la Lectio se llega con humildad, desprovisto de todo, hambriento y sediento de la Palabra: “como anhela la cierva las corrientes de agua” (Sal 42,2). Impulsado por la sed se recorre el camino de la búsqueda”.

+ Puedo quedarme con  una palabra que me llegue al corazón y libremente compartirla en voz alta.
+ Preguntarme en silencio:
¿En estos días, qué es lo que busco?, es decir, ¿qué me gustaría conseguir? ¿Qué fruto? ¿Qué le pido a Dios con todo el corazón?
+ Expresarle al Señor  en una palabra o frase lo que en este momento más necesito. Puedo compartirlo en voz alta.
+ Podemos concluir la oración con algún canto, por ejemplo: “El Alfarero”.

Para devolver al facilitador:

1.     ¿Logré hacer los ejercicios 2 y 3?

2.    ¿Qué fruto obtuve en cada uno de ellos?

3.    ¿Qué me hace falta para que la Lectio Divina produzca más fruto en mi vida, la de mi comunidad, la de mi gente?

4.    ¿Cuál de los cuatro presupuestos de la Lectio Divina te parece más importante y por qué?


[1]Hb 1,1-2
[2] Sal 16,7
[3]Hb 4,12
[4]Cfr.: Mc 4,26-29
[5] BIANCHI, E., Orar la Palabra, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 2000, pág.15.
[6] Hb 4,12
[7] Sal 95,8
[8] Mt 6,6
[9] BIANCHI, Op.Cit., pág.95.
[10] CANTALAMESSA, Raniero, El canto del Espíritu, Meditaciones sobre el Veni Creador, PPC, Milano 1998, pág. 389.
[11] Cfr.: MARTÍNI,  Carlo Maria, El Pan para un Pueblo, Ed. Paulinas, Bogotá, 1988, págs. 12-15.
[12] A partir de aquí me baso tanto en el libro de Carlos Mester antes citado como también en el fascículo del P. Fidel Oñoro: A la escucha del Maestro, Ed. CELAM.
[13] OÑORO, Fidel, Op. Cit., pág. 6.
[14] Ez 3,3
[15] Ap 10,8-10
[16] OÑORO, Fidel, Idem.
[17] Tomado de OÑORO, Fidel, Op. Cit., pág. 7.

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