sábado, 3 de noviembre de 2012

IFAP TEMA 5: LA LECTIO DIVINA[1].

TEMA 5:  LA LECTIO DIVINA[1].

Objetivo:
“Iniciarnos en la Lectio Divina”

5.1.- Introducción a la Lectio divina[2].

Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es un Dios en diálogo de amor, es un Misterio inaudito de amor. Toda la creación refleja esta realidad dialogal y el ser humano ha sido creado por Dios capaz de entrar en este diálogo amoroso con Él como “hijos en el Hijo”[3]. Decía san Agustín: “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en Ti”. Estamos hechos para la comunión con Dios, para el encuentro con El. Somos “capaces de Dios”. Él mismo quiso darse a conocer, de manera que pudiéramos entrar en una relación íntima y personal con Él. Eligió a un pueblo y comenzó a tejer con él una Historia de Salvación. Y “en estos últimos tiempos”[4]  nos reveló plenamente, en su Hijo Jesucristo,  este Misterio de Amor, de Amistad.  

La oración es el espacio donde se da el encuentro con el Misterio de Dios, que “nos ha amado primero” y con nosotros que acogemos su Misterio, su Amor y Amistad. Orar es  “…tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”[5]. En pocas palabras, como decía Sta. Teresa, “no es cuestión de hablar mucho, sino de amar mucho”. Por eso la oración dilata nuestro corazón. Es la experiencia fundamental del cristiano.

De todo lo que hacemos en nuestra vida cristiana, lo más difícil es la oración. Podemos dedicarnos al servicio, al trabajo intenso por Dios, a las buenas obras. Incluso muchas veces nos pasamos la vida hablando “de” Dios, pero hablamos poco “con” Dios. ¿Por qué es difícil orar? Si “orar es amar”[6] no debería costar mucho. Lo que cuesta es lo que acompaña a la oración. No cuesta amar, cuesta llegar a amar; no cuesta la oración, cuesta aprender a orar. Pero en este camino no estamos solos. Es más, nuestra oración es la oración de Dios, porque la conduce el Espíritu que clama en nuestro corazón: “¡Abbá!”.

La Palabra de Dios nos ofrece un camino de oración, un camino de encuentro y de amistad con Jesús conducido por el Espíritu Santo. Podemos orar al margen de la Palabra de Dios, pero corremos el riesgo de convertirnos en el centro de la oración. Orar con la Palabra nos coloca frente a Jesús, frente al Rostro del Padre y nos vamos sintiendo fascinados por Él: “Eres el más bello de los hijos de los hombres, la gracia está derramada en tus labios”[7]. Este sentirnos fascinados nos descentra para centrarnos en Jesús.

Al orar buscamos a Dios, gratuitamente, sólo por ser Dios. Y cuando leemos la Palabra ahí lo encontramos, le damos la oportunidad preciosa de que nos hable, que nos alcance con su Amor. Dios mismo, en su Palabra, se hace camino, maestro, método, ocasión para el encuentro. Nos perderíamos de mucho si no aprovecháramos este inmenso regalo de Dios, si no acudiéramos a esta fuente perenne de oración que es su Palabra.

El Papa Juan Pablo II nos invita a acudir a la fuente, a ponernos a la escucha de la  Palabra de Dios, concretamente a través del ejercicio de la Lectio Divina, de manera que a través de ella se dé un “encuentro vital” con Jesucristo:

“Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la Lectio Divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia” (NMI 39).

Sólo se puede entrar en este camino de la Lectio Divina  con un corazón sediento: “Como busca la cierva las corrientes de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío”[8]. Tener sed de Dios, un deseo profundo de encontrarnos con Él, es la condición única e indispensable para quienes se sienten invitados a andar este camino de vida espiritual que es la Lectio Divina.

Tenemos un gran aliado, el Espíritu Santo, que nos enseñará a encontrar el Tesoro que buscamos en la Palabra. Él es quien pone en nosotros el deseo, la sed de Dios; Él mismo pone también en camino nuestro corazón para buscarlo en el texto, y sobre todo, Él es al Amor que será nuestra única “luz y guía” y que hará “arder nuestro corazón” mientras Jesús nos vaya explicando las Escrituras por el camino.

5.1.1. ¿Qué significa?

La expresión latina Lectio Divina puede ser traducida como “Lectura orante”, “Palabra rezada”, “Oración meditada”, “Lectura de las cosas divinas”, “Lectura de la Palabra de Dios”, “Lección Divina”, etc., aunque al traducir el término lo empobrecemos. Es por eso que mejor mantendremos el término tal cual es: Lectio Divina. Se trata de un camino de vida espiritual, al alcance de todos; camino de oración, de peregrinación hacia Dios, practicado por la Iglesia durante siglos y que puede definirse como una lectura meditada, orada, contemplada, bajo la acción del Espíritu Santo[9] para ser prolongada en la vida, de forma que guíe nuestro diario caminar: “Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero”[10].

No se trata por lo tanto de un estudio de la Palabra de Dios para conocer más sobre ella. No es un estudio, ni una simple lectura, sino una lección de vida y para la vida. Es un conocimiento amoroso de las Escrituras, una actitud frente a la Palabra que diario nos habla, nos cuestiona y nos muestra el Corazón de Dios, su Voluntad sobre nuestras vidas. Es entrar en diálogo con Dios.

Aunque la Lectio Divina consiste ante todo en una oración personal, no significa que sea individual, pues sólo es Lectio Divina si se hace con Dios. Es una lectura hecha entre dos: El Espíritu Santo y nosotros.

Un día un joven monje le preguntó a uno más anciano cómo hacer para que al leer la Palabra de Dios a la gente sencilla la pudiera comprender. El monje anciano le responde diciendo que lea la Palabra de Dios tal cual es a la gente sencilla y un corazón sencillo la comprenderá. Esto nos recuerda aquél pasaje del Evangelio en el que Jesús exulta de gozo y dice a su Padre: “Gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque no has revelado estas cosas a los sabios y entendidos sino a la gente sencilla pues así te ha parecido bien”[11]. Para aquel que quiere acercarse a la Palabra de Dios para encontrarse con Él, sólo necesita un oído atento y un corazón que escuche, es decir, un corazón puro, de discípulo y una actitud de escucha amorosa al Señor que nos habla en su Palabra. Como María, la hermana de Marta, que al ponerse a los pies de Jesús “eligió la parte buena, que no le será quitada”[12].

Pero a veces experimentamos nuestra limitación para comprender algunos pasajes de la Escritura y nos sentimos necesitados de ayuda, de alguna luz que nos revele el significado del texto. Esta experiencia la tuvo hace muchos años un etíope, según nos dicen los Hechos de los Apóstoles: “El Espíritu dijo a Felipe: <Acércate y ponte junto a ese carro>. Felipe corrió hasta él y le oyó (al etíope) leer al profeta Isaías; y le dijo: <¿Entiendes lo que vas leyendo?> El contestó: <¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?> Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él”[13]. Muchas veces quisiéramos tener a nuestro lado un Felipe que nos explicara el significado de las Escrituras. La buena noticia es que más que un Felipe tenemos al Espíritu Santo, quien como Maestro interior nos va enseñando y haciendo comprender las palabras que leemos con fe y amor. Es por eso que la Lectio Divina es Lectio Divina en cuanto que se hace bajo la guía del Espíritu Santo, pues Él es como el eco de Jesús que prolonga sus palabras en nuestra vida y corazón, en la historia: “El les recordará todo lo que yo les he enseñado”[14].

Hemos dicho que la Lectio Divina más que una simple lectura es una actitud frente a la Palabra, que se transforma en actitud de vida. Debe llegar a ser lugar de encuentro con el “Señor de la Palabra”[15]; es decir, debe ser espacio para alimentar nuestra experiencia de Dios, nuestra amistad con El. El Espíritu Santo es quien hace que la Palabra de Dios leída, meditada, orada, contemplada, se vuelva experiencia, es decir, parte de nuestra vida. La Palabra escrita, por obra del Espíritu Santo, se va inscribiendo en nuestros corazones de carne, y nos va configurando en discípulos y seguidores de Jesús. Dice San Pablo: “Evidentemente sois una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones” [16]. Los Evangelios mismos son fruto de una experiencia y no de una mera investigación fría sobre Jesús. El apóstol san Juan nos dice en su primera carta: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la vida, -pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio, y les anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído, eso les anunciamos para que también ustedes estén en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Les escribimos estas cosas para que nuestra alegría sea completa”[17]. San Juan nos está hablando de una experiencia. No escribe su Evangelio o sus cartas a partir de un estudio sobre Jesús y su doctrina, sino lo hace a partir de la experiencia vista, oída, tocada, contemplada de Jesús. Es por eso que sus palabras son tan hondas y llegan al corazón porque surgen de alguien enamorado de Jesús, que ha experimentado vivamente su amor.

Esta misma experiencia de Dios estamos invitados a tenerla nosotros, en la medida que entremos amorosamente al corazón de la Palabra.

5.1.2. Un poco de historia.

La Lectio Divina es una práctica muy antigua. Hunde sus raíces en el Antiguo Testamento. Los Maestros de la Ley meditaban la Palabra de Dios y la oraban. En un comentario a los libros de la Ley[18] llamado Talmud, se dice que cuando un hebreo medita las Escrituras es como si sobre su casa se encendiera una zarza ardiente, es decir, se repite la experiencia que Moisés tuvo en el desierto cuando Dios le habló y se reveló a sí mismo por medio de la zarza que ardía sin consumirse[19].

Los primeros cristianos siguiendo la tradición de sus Padres también se reunían para meditar las Escrituras. Con la lectura de la Palabra y a la luz del acontecimiento pascual, alimentaban su fe, su esperanza y su amor fortaleciendo así su caminar en la vida cristiana. El libro de los Hechos nos dice que “se dedicaban con perseverancia a escuchar la enseñanza de los apóstoles, vivían unidos y participaban en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2,42). La “enseñanza de los apóstoles” se refiere sobre todo a la explicación de las Escrituras a la luz de Cristo Resucitado[20]. “La Iglesia desde sus inicios ha bebido de la Palabra, y movida por el Espíritu, la ha consignado por escrito para la vida de la misma comunidad”[21].

A fines del siglo II un Padre de la Iglesia llamado Orígenes bautizó a esta manera de orar como Lectio Divina. Durante muchos siglos en la Iglesia fue una forma común de orar sobre todo en los ambientes monacales. Es así como en el siglo XII encontramos a un monje conocido como Guigo el Cartujo, o Guigo II. Este monje, estaba preocupado por encontrar una forma de enseñar a orar a los jóvenes que ingresaban al monasterio. Un día, mientras realizaba sus trabajos manuales, tuvo una visión que él mismo describe así: “Cierto día, durante el trabajo manual, al reflexionar sobre la actividad del espíritu humano, de repente se presentó en mi mente la escalera de los cuatro peldaños espirituales: la lectura, la meditación, la oración y la contemplación. Esa es la escalera por la cual los monjes suben desde la tierra hasta el cielo. Es cierto, la escalera tiene pocos peldaños, pero es de una altura tan inmensa y tan increíble que, al tiempo que a su extremo inferior se apoya en la tierra, la parte superior penetra en las nubes e investiga los secretos del cielo”[22].

Guigo el Cartujo es el primero que sistematiza la Lectio Divina que era ya practicada durante siglos por los cristianos. Hasta el día de hoy la Lectio Divina se basa sobre todo en estos cuatro peldaños, que son como la columna vertebral de esta oración, aunque a veces podamos encontrar subdivisiones, pasos que preparan a la Lectio o que ayudan a prolongarla en la vida. 

A partir de la Reforma Protestante del siglo XVI la Palabra de Dios sufrió algo así como un exilio, se alejó del común de los cristianos, quedando exclusivamente en manos de los clérigos y de los monjes. Esto provocó un distanciamiento y desconocimiento de las Escrituras, de tal forma que los fieles cristianos tenían que conformarse con las lecturas que se escuchaban en la Misa dominical. En esta época florecieron los libros de autores espirituales que constituyeron el alimento durante años para muchos católicos.

Sin embargo, el pueblo de Dios tenía hambre del Pan de la Palabra y es así que el Espíritu Santo suscitó un fuerte movimiento bíblico en la Iglesia, que junto con el ecuménico y el litúrgico impulsaron el Concilio Vaticano II. Este Concilio ha dedicado toda una Constitución Dogmática llamada “Dei Verbum” (Sobre la Divina Revelación) para hacernos conscientes de la centralidad de la Palabra en nuestra vida cristiana, e invitarnos a volver a la Fuente de nuestra Fe: “Es necesario que todos… mantengan un contacto continuo con la Escritura gracias a la Lectio Divina… gracias a la meditación piadosa… y que recuerden que la lectura debe caminar a la par con la oración”[23]. Principalmente en América Latina se desencadenó un fuerte movimiento bíblico que ha sido signo profético para la Iglesia universal. Hoy, nosotros tenemos la dicha y el privilegio de ser testigos de una “epifanía” de la Palabra de Dios en nuestra Iglesia, de poder tener en nuestras manos las Escrituras, a cualquier hora, en cualquier momento y sobre todo contando con la asistencia del Espíritu Santo y de nuestra Madre la Iglesia para irlas profundizando y encontrando su mensaje actual para nuestra vida. “La Iglesia del tercer milenio ha redescubierto gozosa la veterana tradición de la Lectio Divina [24].

El Papa Juan Pablo II dice: “(…) Desde que el Concilio Vaticano II ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ella ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la Palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis” (NMI 39).

5.1.3. Objetivo de la Lectio Divina.

 San Pablo en su carta a los Efesios nos invita a bendecir a Dios por su plan divino de salvación: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado”[25].

Dios, en su plan de amor, nos ha elegido “para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor…”, para ¡ser santos! Y ¿qué es la santidad sino parecernos a Jesús, ser transparencia de Jesús? En la Palabra de Dios se nos ha revelado el rostro de Jesús, el Hijo muy amado del Padre en quien se complace[26]. En esta Palabra se nos revela el camino para ser santos, es decir, la manera de ser, de vivir, dando gloria a Dios. San Ireneo, uno de los Padres de la Iglesia dijo: “La gloria de Dios es la realización del hombre”. Hay un imperativo categórico en el fondo de nuestro ser que nos dice: “¡Sé aquello que eres!”, que puede traducirse como “¡Sé aquello para lo que Dios te ha creado!”; “¡Sé como Dios te ha soñado!”; “¡Sé Jesús!”.

Actualmente oímos hablar mucho de “autorrealización”, y en aras de ella caemos tantas veces en los más grandes egoísmos. ¿No será que la auténtica realización del hombre y de la mujer se da en la medida que deja que se realice el plan de Dios en su vida, ser otro Cristo? Porque, por otra parte, ¿habrá un plan mejor que el que Dios pensó para nosotros?; ¿habrá otro camino mejor para alcanzar la realización, la felicidad plena?

En el libro del Deuteronomio leemos: “De nuevo se complacerá Yahvé en tu felicidad, como se complacía en la felicidad de tus padres, si tú escuchas la voz de Yahvé tu Dios guardando sus mandamientos y sus preceptos, lo que está escrito en el libro de esta Ley, si te conviertes a Yahvé tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma”[27]. Dios sabe muy bien lo que nos conviene: escuchar y guardar su Palabra; así seremos felices, así seremos Jesús, y El se complacerá en esta felicidad nuestra. Casi podemos decir que nuestra felicidad “hace feliz” a Dios.

El evangelista Lucas tiene dos textos que contienen este mismo mensaje: “Cuando estaba diciendo esto, una mujer de entre la multitud dijo en voz alta: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron. Pero Jesús dijo: Más bien, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”[28]. La verdadera dicha y felicidad se da en aquellos que escuchan y practican la Palabra de Dios. El siguiente texto aporta otra riqueza: “Entonces se presentaron su madre y sus hermanos, pero no pudieron llegar hasta Jesús a causa del gentío. Entonces le avisaron: Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte. Él les respondió: Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”[29]. La Palabra de Dios escuchada y practicada con fe y amor nos va haciendo de la familia de Jesús, sus “consanguíneos”, nos va configurando en sus discípulos. María no sólo es dichosa por ser la madre biológica de Jesús, sino sobre todo porque es quien mejor ha escuchado, acogido  y encarnado la Palabra en su vida. Por eso la Iglesia la llama “Maestra de Oración”, la “Primera discípula de su Hijo”. La carta del apóstol Santiago y el Apocalipsis[30] apoyan también estos textos.

Hay una frase de San Jerónimo muy fuerte que dice: “quien desconoce las Escrituras desconoce a Cristo”, que dicho en positivo podría significar: “quien conoce las Escrituras, con un conocimiento amoroso, entonces conoce a Cristo, comienza a entrar en su Misterio, en su Corazón”. La Lectio Divina tiene como objetivo hacernos felices, y por lo tanto hacernos Jesús.  Si ser feliz al estilo de Jesús es ser santo, entonces ¿quién de nosotros no quiere ser santo, no quiere ser feliz? Tenemos el camino: la Palabra. El fin de la Lectio Divina es asemejarnos a Jesús. Para asemejarnos a Él necesitamos de un buen Alfarero. Ese Alfarero es el Espíritu Santo. Él es quien nos modela interiormente, nos ayuda a vivir el Evangelio. Sin el Espíritu Santo, nuestro Modelo que es Jesús es inalcanzable. Así como el agua es necesaria para ablandar la greda, así es la oración para que el Espíritu Santo pueda transformarnos. En la medida que oro voy dando la oportunidad al Espíritu Santo para que haga su obra en mí. Si no oro Él no puede transformarme. Si oro poco, le doy poca oportunidad para actuar. La Lectio Divina le da al Espíritu Santo la posibilidad de transformarme en Jesús, me abre horizontes de santidad.

De la lectura orada de la Palabra pasamos al encuentro con el Señor de la Palabra. La medida, la expresión más grande del encuentro, de la comunión con Dios, es hacer su Voluntad, es llevar a la práctica lo que el Señor nos ha dicho en su Palabra, hacerla vida. Tal vez por esto el salmista exclamaba: “Enséñame Señor a hacer tu voluntad”. Y esto es lo que constituye nuestro gozo más hondo, la felicidad más verdadera. Porque el que ama se goza en complacer al amado, en adivinar sus pensamientos. El querer del amado se vuelve su querer. Por eso los santos llegan a decir frases como esta: “Eso quieres mi Jesús, eso mismo quiero yo”[31].  


Actividad: Ejercicio No. 1 (10 minutos)
(Puede hacerse en grupo este breve ejercicio de escucha de la Palabra).

+ Se leen los siguientes textos bíblicos pausadamente, dejando un breve espacio de silencio entre uno y otro e invitando a hacer presente a Jesús que nos habla en su Palabra: Jn 1,14; Lc 2,5; Jn 3,16; Jn 6,44; Jn 10,10; Jn 12,24; Lc 9,23; Lc 10,16; Lc 10,23; Mc 1,35; Mt 5,13; Mt 5,14; Mt 9,37.

+ Mientras escuchamos los textos podemos imaginarnos a los pies de Jesús, como María la hermana de Marta y de Lázaro, o como lo hicieron tantas veces sus discípulos. Puede ambientarse con una suave música de fondo que ayude a orar, utilizando también alguna imagen del Rostro de Jesús para fijar en Él la atención, la mirada.

+ Invitar a expresar alguna resonancia (resonar significa dejarse afectar desde los sentidos y expresar lo que nos pasa; es más allá que lo intelectual, no es análisis del texto, es dejarse afectar). Puede ayudar esta pregunta: “Al  escuchar estos textos ¿qué fuiste experimentando?”. Compartir brevemente.

Para el facilitador:

1.     ¿Has experimentado algún encuentro amoroso con Dios a través de su Palabra? Descríbelo.

2.    ¿Qué le hace falta a tu oración con la Palabra para que sea realmente un encuentro amoroso?

3.    Señala dos aspectos de la historia de la Lectio Divina que te llamen la atención y el porqué de ello.

4.    ¿En qué elementos pone su realización-felicidad el mundo? ¿Cuáles consideras que deberían ser las metas-anhelos a las que aspire un(a) seguidor(a) de Jesús?



[1] La presentación de la “Lectio Divina” está tomada del folleto publicado en los cuadernos del Plan de formación para laicos de la Arquidiócesis de Santiago de Chile, Lectio Divina, orar con la Palabra, elaborado por la Hna. Mercedes Casas FSpS.
[2] Para este primer capítulo me baso sobre todo en el libro de Carlos Mester: MESTERS Carlos y Equipo Bíblico, Lectura Orante de la Biblia, Verbo Divino, Estella, 2000.
[3] Rm 8,29-30
[4] Hb 1,2
[5] Sta. Teresa de Jesús.
[6] Título de un libro del P. Rafael Checa, ocd.
[7] Sal 45, 3
[8] Sal 41,2-3
[9] Cfr.: OÑORO, Fidel, A la escucha del Maestro, Ed. CELAM, pág. 3.
[10] Sal 119,105
[11] Lc 10,21
[12] Lc 10,42
[13] Hech 8,29-31
[14] Jn 14,25
[15] Expresión muy usada por el P. Fidel Oñoro.
[16] Cfr.: 2Co 3,3
[17] 1Jn 1,1-4
[18] Se llaman libros de la Ley a los libros del Pentateuco: Génesis, Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
[19] Cf. Ex 3,1ss.
[20] Cf. Nota de la Biblia de Jerusalén a Hech 2,42
[21] SEPÚLVEDA, Roberto, Lectura orante y eclesial de la Palabra de Dios (Lectio Divina), en Revista Servicio, Julio 2004, No. 262., pág.30.
[22] Citado en MESTERS Carlos y Equipo Bíblico, Lectura Orante de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2000, p.25.
[23] CONCILIO VATICANO II, Constitución Dei Verbum nº 25.
[24] SEPÚLVEDA, Roberto,  Op. Cit. , pág. 30.
[25] Ef 1,3-6
[26] Cfr.: Mt 3,17; Mc 1,11
[27] Dt 30,9b-10
[28] Lc 11,27-28
[29] Lc 8,19-21
[30] Cfr.: Stgo 1,25; Ap 1,3
[31] Frase que repetía con mucha frecuencia el P. Félix de Jesús Rougier, M.Sp.S., fundador de cuatro Congregaciones religiosas en México.

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