TEMA 4.- EL MENSAJE DE
JESÚS: EL REINO DE DIOS.
El Rey en el
Antiguo Testamento.
En el antiguo Israel el rey, a diferencia de otros pueblos, no es
divinizado. Todos son conscientes de que el verdadero rey de Israel es Yahvé
(1Sam 8,7; 12,12). El rey no es un ser divino, sino que está, como todo el
pueblo, sujeto a la ley y a la alianza, conforme a ella debe regular su vida y
su actuación (Dt 17,18-20). Cuando no es fiel el profeta interviene para
acusarlo y denunciarlo (2Sam 12,1-15; Is 7; Jer 22,10-30).
La función del rey es doble: debe asegurar la paz con los demás
pueblos y debe implantar la justicia y el derecho para defender a los oprimidos
y desvalidos. Desgraciadamente la monarquía en Israel y Judá, salvo honrosas
excepciones, fue un fracaso en esta doble tarea (Ez 34; 1Sam 8,10-18).
Ante este fracaso se da la promesa del reinado universal de Dios sobre
todas las naciones (Zac 14,9; Is 24,23). Para llevar a cabo este reinado Dios
se valdrá de su Ungido (o Cristo), que es el futuro rey del linaje de David
(Jer 23,5-6; Is 11) que implantará la justicia y el derecho defendiendo al
oprimido (Is 9; 11; 29,20; 61,1ss).
Jesús
proclama y realiza el Reino de Dios.
La misión de Jesús es anunciar e inaugurar el Reino de Dios. Y en el
contexto del Antiguo Testamento podemos descubrir lo que significa la
proclamación y realización del Reino de Dios por Jesús.
Juan Bautista anuncia la llegada inminente del Reinado de Dios, y las
exigencias que comporta de conversión, cambio de vida y actitudes (Mt 3,1-12).
Y aunque Jesús da un giro a la concepción de Juan, podemos decir que con él
termina el periodo de preparación para el tiempo del Reino de Dios (Lc 16,16).
El tema central de la predicación de Jesús es el Reinado de Dios (Mt
4,17.23; Mc 1,15; Lc 8,1); afirma que para eso ha sido enviado (Lc 4,43). En
torno al Reino giran sus enseñanzas y parábolas (Mt 13). Los apóstoles son
enviados por Jesús a predicar el Reino de Dios (Mt 10,7; Lc 10,9-11) y
acompañan a Jesús en ese ministerio.
Pero Jesús no sólo anuncia, sino que también realiza el reinado de
Dios. Su presencia y manifestación, sus obras y palabras, sus signos y
milagros, y sobre todo su muerte y glorificación hacen presente el Reino de
Dios. Los evangelistas afirman como las curaciones (Mt 4,23-25), la expulsión
del demonio (Lc 11,20) y sobre todo la proclamación de la Buena Noticia a los
pobres (Mt 11,2-6; Lc 7,18-23), son señales de la presencia del Reino de Dios.
Con Jesús empieza el Reino (Lc 16,16).
Características
del Reino de Dios:
Reino de
Dios en el mundo.
Los valores que se desprenden del Reino (justicia, verdad, amor, paz,
etc.), hay que vivirlos y construirlos desde este mundo. El Reino de Dios no
consiste en pura interioridad o espiritualización, sino que abarca todas las
esferas de la vida personal y comunitaria (Lc 19,8-10). Por eso exige un nuevo
estilo de vida: poner en práctica la Palabra de Dios (Mt 7,21-27; 13,18-23);
vivir las bienaventuranzas (Mt 5,1-12; Lc 6,20-26); ser luz del mundo y sal de
la tierra (Mt 5,13-16); desprenderse de las riquezas (Lc 18,21-27), etc. En una
palabra: seguir el camino de Jesús (Mt 16,24-28).
Jesús declara ante Pilatos que su reino no es de este mundo (Jn
18,36), o sea, no sigue los caminos y criterios del "mundo" (como
realidad opuesta a Dios y a su plan), como son los bienes materiales, el
prestigio o el poder que se absolutizan; pero está en el mundo, para
transformarlo de acuerdo al proyecto de Dios.
Reino de
Dios de comienzos humildes.
Contrariamente a las expectativas de los judíos, el Reino de Dios es
de comienzos humildes, como la semilla (Mt 13,4-9), o el grano de mostaza (Mt
13,31-32) o la levadura (Mt 13,33). Es una realidad que ya ha comenzado (Mt
12,28; Lc 17,20-21) y que se desarrolla lentamente en la tierra (Mc 4,26-29).
Reino de
Dios universal.
Todos los hombres estamos llamados a construir el Reino de Dios y a
ingresar en él; no sólo los judíos, sino también los gentiles (Mt 8,11-12;
21,43; 22,1-10). Sin embargo, esta universalidad pasa por el amor preferencial
de Jesús por los pobres, los marginados y los pecadores (Lc 4,16-22; 6,20-23;
7,22-23; 15,1-2; Mt 9,10-13).
Reino en
tensión.
Jesús mismo, en su vida y actuación, vivió la tensión y el conflicto.
Es acusado de endemoniado (Mt 12,22-28; Jn 10,19-21), de comilón y borracho (Lc
7,31-35), de estar fuera de sí (Mc 3,21), de ser un revoltoso (Lc 23,2). Si
realiza el bien, es perseguido y quieren matarle (Jn 10,31-33). Y Jesús
anuncia, también, que la realización de su misión traerá tensión (Lc 12,51-53;
Mt 10,34-36; Jn 14,27) y que sus discípulos la van a experimentar en su propia
vida (Mt 10,16-23; Lc 21,12-19; Jn 15,20-21; 17,14).
Reino
escatológico.
El Reino de Dios está ya presente en el mundo, pero su plenitud se
dará al final de los tiempos (Lc 22,16-18). Nosotros vivimos la etapa
intermedia, en la que con nuestras palabras y obras colaboramos a la
edificación del Reino iniciado por Jesús, dando así testimonio de El (Jn 15,27;
Hech 1,8; 8,12). En nuestra oración imploramos "venga tu Reino" (Mt
6,10; Lc 11,2).
El Reino de
Dios se va realizando en la tierra.
Se va realizando cuando cualquier hombre o comunidad,
independientemente de su religión, lucha por la Verdad, la Paz, la Justicia, la
Solidaridad y el Amor. Allí donde se viven estos valores, está presente el
Reino de Dios, que llegará a su plenitud al final de los tiempos, cuando Cristo
vuelva de nuevo y entregue el Reino a su Padre (1Cor 15,24).
Exigencias
del Reino.
El Reino de Dios por ser el valor esencial, hay que adquirirlo a toda
costa y exige una respuesta libre y radical: la conversión (Mt 4,17; 22,11-14).
La conversión no es un simple sentimiento interior, sino que es algo que se
manifiesta en la opción desde la que construimos nuestra existencia y en las
actitudes que tomamos hacia Dios y los hermanos (Lc 19,1-10; Jn 8,1-11). La
conversión es un nuevo nacimiento (Jn 3,3).
La verdadera conversión exige renunciar a nuestras seguridades: poder,
sabiduría (Jn 7,47-52), riquezas (Lc 16,13), para ponernos como niños en una
actitud de confianza y de apertura al Señor y a su Reino (Mt 18,1-4; 19,14).
De la respuesta radical, la conversión, se desprenden muchas actitudes
concretas: vivir las bienaventuranzas (Mt 5,1-12; Lc 6,20-26); tener una
actitud de niño (Mt 18,1-4; 19,14); estar en constante búsqueda del Reino y su
justicia (Mt 6,33); dejarlo todo (Lc 18,29; Mc 10,29); soportar las
persecuciones (Mt 5,10); cumplir la voluntad del Padre (Mt 7,21) en el amor y
la solidaridad (Mt 25,31-46); poner en práctica la Palabra de Dios (Mt 7,21-27;
13,18-23).
Textos para
la reflexión.
·
Retomar algunas de las citas bíblicas que vienen en
la iluminación anterior.
Ejercicio
para la vida personal. (Material a trabajar y REENVIAR).
1. ¿Qué
significa la promesa del reinado de Dios en el Antiguo Testamento?
2. ¿Cómo
anuncia y hace presente Jesús el Reino de Dios?
3. ¿Cuál
de las características del Reino te ha llamado más la atención y por qué?
4. ¿Cuál
es la exigencia fundamental que comporta el Reino?
5. ¿Cuándo
podemos decir que el Reino se está construyendo entre nosotros?
Oración.
El Reino es
solidaridad (L. Proaño)
Mantener siempre atentos los oídos
al grito de dolor de los demás
y escuchar su llamado de socorro... es solidaridad.
Mantener la mirada siempre alerta
y los ojos tendidos sobre el mar
en busca de algún naufrago en peligro... es solidaridad.
Sentir como algo propio el sufrimiento
del hermano de aquí y del de allá,
hacer propia la angustia de los pobres... es solidaridad.
Llegar a ser la voz de los humildes,
descubrir la injusticia y la maldad,
denunciar al injusto y al malvado... es solidaridad.
Dejarse transportar por un mensaje
cargado de esperanza, amor y paz,
hasta apretar la mano del hermano... es solidaridad.
Convertirse uno mismo en mensajero
del abrazo sincero y fraternal
que unos pueblos envían a otros pueblos... es solidaridad.
Compartir los peligros en la lucha
para vivir en justicia y libertad
arriesgando en amor hasta la vida... es solidaridad.
Entregar por amor hasta la vida
es la prueba mayor de la amistad,
es vivir y morir con Jesucristo... es solidaridad.
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